Por Melissa Nungaray
La literatura indígena canadiense es una de las más vastas en diversidad cultural, cada historia ha dejado una huella imborrable entre las generaciones. La curiosidad por todo lo que existe y la indagación en la naturaleza humana son la clave para entender el rastro de la exploración. No hay límites que detengan el descubrimiento ni murallas en las hojas de un libro. Los instantes resplandecen por sí solos en el latido de la palabra. La fascinante narrativa de las Primeras Naciones, los Métis y los Inuit nos invita a descubrirnos y a escuchar aquello que en el viaje del vivir se oculta.
En un país reconocido por su multiculturalidad, su valiosa literatura merece ser más explorada. Si bien sus historias se centran en la vida de los pueblos indígenas, pero también desafían estereotipos y desmantelan narrativas coloniales, para reclamar su propio espacio en el arte, como en la obra “El testigo indeseable”, de Lee Maracle. Esta novela representativa de la literatura indígena canadiense cuestiona las estructuras de poder, la identidad indígena y el impacto de la colonización entre las comunidades.
Para entender mejor esta literatura hay que dirigirnos hacia la espiritualidad y la naturaleza, un buen ejemplo es la poesía de Louise Bernice Halfe, una escritora de ascendencia Cree. En sus poemas encontramos temas como la conexión con la tierra y la resiliencia, nos hace reflexionar sobre nuestra propia identidad, para reconocemos más humanos. La llama viva del origen se halla en el corazón de esta tradición, donde el pasado, el presente y el futuro convergen.
La tradición literaria indígena fortalece nuestro aprendizaje, nos inspira y cuestiona. Las historias y poemas de las Primeras Naciones, los Métis y los Inuit son una manifestación de la diversidad que define a Canadá, donde en un parpadeo resistimos, para hacer valer lo que somos y lo que queremos ser.
Foto: olympics.com